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  • Foto del escritorManuel-Antonio Monteagudo

Río, Rua, Ciudad

Actualizado: 26 may 2018

Hay dos maneras de tocar tierra en Río de Janeiro.

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La primera es en Santos Dumont, un aeropuerto construido en las costas de la bahía. Ver un avión llegar al Dumont es un espectáculo: desciende bajo la sombra del Corcovado, se desliza entre los morros del Pan de Azúcar y de Urca, y aterriza en las pistas, a ras del agua. Al salir del terminal, el viajero sale al encuentro de los parques del Aterro, desde donde podrá visitar los monumentos del Centro, o las playas de la Zona Sur.


Ironía en este primer viaje: el magnífico ballet de aviones solo se puede apreciar desde una colina.


El Carioca tendrá que asomarse desde el barrio de Santa Teresa, o en las faldas de cualquier Favela. Por tanto, si uno quiere apreciar la grandeza de la ciudad, es casi una obligación entrar a uno de sus barrios marginales.


Si el viajero es extranjero, lo más probable es que llegue al aeropuerto Galeão, un inmenso complejo construido al Norte de la ciudad. Antes de ver las playas de Copacabana e Ipanema o la silueta del Corcovado, el viajero tendrá que pasar por inmensos mares de ladrillo llamados Manguinhos, Bonsucesso, Maré. Estos barrios no son enteramente favelas, aunque estas son fáciles de distinguir cuando las calles se vuelven laberintos recorridos por policías armados. A pesar de que el viaje hacia el Sur sea una ingeniosa red de viaductos y de carreteras muradas, es inevitable distinguir este paisaje ajeno a la “Ciudad Maravillosa” que Río dice ser.

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Los Cariocas tienen un término evocador para describir ciertas partes de su ciudad: el “cartão postal”. Cartão Postal es el Río de ensueño, de floresta, playas y Bossa Nova; es el Cristo blanco que bendice la ciudad y son los monitos de Urca. Los Cariocas, con espíritu de fotógrafos, conocen y ponen en valor los ángulos que favorecen a su ciudad; todos esos rincones dignos de una postal que hay que cuidar y exhibir.


No obstante, un fotógrafo, escogiendo un ángulo, oculta los demás. Si una ciudad es una postal, es que ignora eso que no va en el encuadre.


Río de Janeiro ha vivido por décadas esa tensión entre lo expuesto y lo enterrado.  La Copa del Mundo, los Juegos Olímpicos y tantos otros eventos que atraen las miradas del mundo han exacerbado en algunos ese espíritu fotográfico. Proyectos ambiciosísimos se están desarrollando, como el “Puerto Maravilla”, que pretende embellecer la antigua zona portuaria de la ciudad, demoliendo viejas carreteras, limpiando calles y poniendo en valor el viejo patrimonio de esa región marcada por la esclavitud.


Hoy, se multiplican las tensiones entre aquellos que buscan embellecer la ciudad y los que se sienten amenazados por esa “limpieza” estética. Río está lejos de ser una ciudad poblada por amantes del “Cartão Postal”: existe una fuerte comunidad que admira y defiende la cultura que los “fotógrafos” suelen marginalizar. Es la cultura urbana, nacida de las favelas y de los barrios alejados; una cultura que prefieren llamar “de la calle”: cultura “da rua”.

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Rua”. Es una palabra envuelta de cierta magia en el espíritu carioca. Evoca un espacio, casi utópico, donde la libertad se expresa sin límites. En la Rua suena la música, la Rua es la que se pinta de colores, de la Rua nace la fiesta, la Rua es, en fin, un terreno de sueños, en permanente construcción. Un terreno que está ahí y que debe ser reconquistado. Amante de la “Rua” lo es cualquiera: desde el turista que disfruta de la samba bajo los Arcos de Lapa hasta el artista que pinta paredes en la madrugada.


Cualquier Carioca dirá que lo que describo es una caricatura. Río no es una ciudad dividida entre “fotógrafos” superficiales e idealistas adoradores de la Rua. Muchas veces, los bandos se mezclan: hay favelas que se han vuelto partes esenciales del cartão postal. Santa Marta, por ejemplo, con sus casas coloridas, su vista al Corcovado y su videoclip de Michael Jackson, es un fundamento de la identidad de la ciudad. Aunque en sus calles aún revientan algunos misteriosos “cohetones”, esta comunidad se llena de turistas que quieren conocer el mundo mítico de la Favela Brasileña.


Y es que, muy a pesar de los puristas, el Río de la postal y el Río de la Rua son indisociables. Cada barrio de la ciudad (a excepción de la península de Urca) tiene una favela anexa, prendida a una colina, como un reflejo proyectado en la ladera. Desde los principios de su historia, los Cariocas ricos han tratado de huir esa existencia mixta, mudándose a barrios alejados. Primero, dejaron el centro para poblar el Sur, pero pronto Botafogo tuvo a Santa Marta, Ipanema a Vidigal. Incluso luego de ir lejos al Oeste, en las costas de la Barra da Tijuca, la masa de pobreza terminó por alcanzarlos, ávida de compartir el espacio.

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Hoy, aunque la cultura de la Rua es más valorada, muchos Cariocas siguen soportando mal la convivencia. La Favela, inevitable, es escondida y hasta expulsada. Ya existen casos de favelas afectadas por la especulación inmobiliaria, cuyos terrenos son progresivamente comprados, vaciándolos de su cultura da Rua.


Ciudad nacida y madurada dentro de la diversidad, Río hoy vive una crisis de identidad: entre una cultura da Rua siempre más apreciada, y una Favela siempre más incómoda por la diferencia social. Ni que decir de los amantes de la Rua que acusan a la burguesía carioca de “domesticar” la cultura de la Favela, o de los que acusan a la Favela de glorificar la informalidad.


Rio de Janeiro es un inmenso contraste, que día a día se ahonda más. Y aunque esta diversidad enriquece su arte y su creatividad, también trae consigo grandes conflictos y frustraciones.


Negarse no es una solución, pero rechazarse, tampoco lo es. El diálogo entre Cariocas debe continuar, un diálogo que, empezando por el arte, busque también mejorar la vida en la Favela.


Los puentes, por suerte, ya existen. Es tiempo de usarlos para integrar y mejorar la ciudad, en vez de evitar una solución que deje vivir al Río de la diversidad.


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