A algunos metros al norte del tren de Corcovado, viejas mansiones cubiertas de azulejos caen en ruinas, rodeadas por la vegetación de la floresta de Tijuca. El Largo do Boticário está escondido de la mirada de los caminantes, tras un pequeño pasaje al lado de la subida de Cosme Velho.
La sensación de aislamiento en esa antigua plaza es sorprendente. Si el túnel Rebouças y la estación de bus se encuentran cerca, el único sonido discernible es el del pasar del río Carioca, que transcurre bajo un puente a la entrada del lugar. En medio de plaza, una placa recita, en un portugués anticuado:
VOS QUE MORAES NESTE RECANTO,
SOB A BENÇÃO DA ÁGUA E DO SILENCIO,
LEMBRAI-VOS QUE DE VOS DEPENDE O ENCANTO DAQUI
Hoy en día, estos versos parecen teñidos de una amarga ironía.
“Vosotros que vivís en este recanto, bajo la bendición del agua y del silencio, recordad que de vos depende el encanto de aquí.”
¿Cómo no pensar en la historia de Río, en sus playas y bosques desaparecidos, en su pobre bahía enferma, en sus barrios de esclavos ahogados en el cemento y la violencia?
Y sin embargo, la belleza se mantiene, insolente, muchas veces aferrada a la más abyecta miseria, como para decirnos que la vida no es tan simple, y que la felicidad y la tragedia muchas veces viven enlazadas.
El Largo do Boticário es como una extraña metáfora de Río de Janeiro. Refugio de familias nobles en el siglo XIX, fue reconstruido en el siglo XX con fragmentos rescatados de las demoliciones en el centro de la ciudad. La jungla que lo devora lentamente, Tijuca, fue restaurada por el emperador Pedro II. Y el pequeño río Carioca es el mismo donde Tamoios y Portugueses se enfrentaron por última vez.
Sin embargo, este lugar repleto de historia vive en el abandono, bajo la mirada encantada de los fotógrafos. Las viejas mansiones son ahora refugios de sin-techo, que regularmente son expulsados por las autoridades.
Según un reportaje del periódico O Globo, la propietaria de la mayoría de las casas, Sybil Bittencourt, ha renunciado a mantenerlas por falta de apoyo económico. Por años hubo tensiones entre la alcaldía y la propietaria, hasta que esta puso en venta los edificios a inicios de 2016. Aunque los costos de restauración serán exorbitantes, muchos esperan transformar el Largo do Boticário en centro cultural.
Mientras tanto, los sin-techo están felices de hacer conocer su hogar. Por algunos reais, pudimos visitar lo que quedaba de esos antiguos palacios, mantenidos en vida por sus habitantes en la pobreza. Tras sus fachadas coloridas, viejos salones sin muebles son habitados por algunas familias, y las fuentes vacías sirven para secar las ropas.
Un poco más lejos, el viejo jardín fue retomado por el bosque, y las escaleras de azulejos se pudren bajo la tierra húmeda. Algunas simples decoraciones hacen pensar en las fiestas de carnaval, que artistas de Río aún organizan ahí.
Debimos dejar los lugares cuando motos de los policías aparecieron en la vieja plaza. No hubo violencia en el Largo. Sólo las miradas inquisitivas de los policías, y los gritos indignados de los sin-techos. Así transcurre la vida en esa esquina de Cosme Velho, barrio de artistas y escritores de Río de Janeiro.