
A algunos metros de las ruidosas avenidas del centro de Río de Janeiro, la colina de São Bento vive en una serenidad inquebrantable. En este monasterio Benedictino, fundado en 1590 por religiosos de Bahía, el tiempo discurre en un ritmo diferente al de la ciudad que se transforma a sus pies.
Antiguamente erguida a las afueras de Río, la colina de São Bento era acariciada por las olas de la bahía de Guanabara, donde vio llegar a la princesa Leopoldina, prometida del futuro emperador de Brasil.

Hoy, las aguas se han alejado, y edificios modernos rodean a la colina, sin conseguir aún taparle las luces del sol.
Conocí al templo de São Bento cubierto de andamios, cuando los últimos viaductos que rodeaban su colina eran demolidos en un angustiante estruendo. El monasterio había vivido 60 años rodeado de automóviles, pero la renovación del puerto le reservaba un futuro prometedor. Aún en esos tiempos, a pesar de su aspecto maltratado, la colina mantenía cierta aura de serenidad.

Dos años más tarde, encuentro a la iglesia completamente restaurada, con la misma atmósfera profundamente apacible.
Este bello templo Carioca, abierto todo el año, es accesible desde la estación de tramway « São Bento ». Recomiendo asistir a sus misas en canto gregoriano, todos los domingos a las 10 de la mañana.

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